domingo, 21 de abril de 2013

EL TODO Y LA NADA

Tengo un amigo que a su vez tiene muchos  amigos y esos  amigos tienen otros amigos que coinciden en que mi amigo tiene muchos amigos porque no se entrega. Él no espera nada de nadie, sabe contemporizar, se muestra siempre políticamente correcto, siempre amable, no se fía ni de su sombra y si le gustaran los Beatles, su canción preferida sería "Let it be".
El caso es que a mi amigo le surgen nuevos amigos continuamente y a pesar de rechazar algunas peticiones de salir, ir al cine, o participar activamente en la matanza y posterior degustación de un marrano, tiene la agenda completa y no para de tener invitaciones.
Mi amigo dice que él siempre piensa de forma negativa, que no se hace ilusiones con la especie humana y que le da igual ocho que ochenta. Pero todo el mundo le hace caso y le tiene en cuenta. Por ejemplo, si queda a comer con una peña arroz y conejo y avisa que va a llegar tarde, los demás le esperan amables y no tocan el arroz hasta que él llegue. Si hay una fiesta de cumpleaños y no puede asistir, se retrasa una semana hasta que él pueda.
No para de recibir mensajes, correos, llamadas telefónicas al móvil y al fijo, hasta he creído ver señales de humo cuando paseo con él , avisándole de alguna mariscada, algún concierto, algún recital poético,  o he escuchado tambores de guerra si vamos en su coche, intuyendo yo que eran redobles de señoritas pidiéndole citas ocultas.
Lo miro de perfil, de frente, de arriba hacia abajo y juro que en él se tuvo que inspirar Roberto Carlos, aquel cantante carioca que patentó un gato triste y azul, para su ignominiosa balada "yo quiero tener un millón de amigos". Aunque hay una diferencia: mi amigo no ha querido tener un millón de amigos, son los desconocidos que se le acercan y quieren ser su amigo, figurar en su agenda, tocarlo, formar parte de su vida y él, como no se entrega, acepta gustoso porque no va a perder nada. Por otra parte,  mi amigo dice que mi problema es que me entrego y por eso tengo pocos amigos. Por ejemplo, en el caso del arroz y conejo, a mí no me dejan ni los bigotes, y en el cumpleaños me dirían que el año que viene será otro año. He intentado copiar la fórmula de su éxito, pero no puedo. Acabo entregándome como un borreguillo , esperando señales de humo donde sólo hay vapor de la plancha , mirando el buzón donde nada más hay publicidad y multas, y al final, como consuelo, me digo que en mi soledad reino yo. Mi amigo no da nada y lo tiene todo. Yo doy todo y no tengo nada. Y no tener nada, ya es tener algo, porque la nada absoluta no existe, pero el tedio del domingo sí, y eso es algo que mi amigo no tendrá nunca, aunque tenga un millón de amigos.

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